Era el año do 1995 en Bogotá. Yo era un piloto comercial. Mi novia era Adriana y conformábamos un clásica familia católica de clase media. Ella sicóloga entendía los complicados laberintos de la mente mientras yo procuraba escapar de los problemas terrenales recorriendo los cielos.
Der buenas familias y unidos por un gran amor, teníamos el camino trazado por delante. Una buena vida y una hermosa familia. Ambos amábamos a los perros, que claro era un signo de los buenos padres que podríamos ser. Jóvenes, y unidos por un intenso amor sabíamos la vida por delante. Claro, era fácil, como si mirando hacia delante tuviese certezas, seguridades, verdades universales. Fácil por que mis padres Mauricio y Gladys habían formado una gran familia, claro esta la mía, y Álvaro y María del Pilar la de ella, la de Adriana.
Era fácil predecir que con algunos años de trabajo, compraríamos nuestro primer apartamento. Claro esta habiéndonos casado en Santa María de los Ángeles en una bella y pequeña ceremonia con nuestras familias y algunos amigos íntimos. La luna de miel, en Paris. Claro está, por complacerla a ella (recuerden mi odio hacia Francia), en donde recorreríamos de la mano las orillas del río Sena mientras conocíamos Notre dame, el Sagrado Corazón, la torre y los museos. Todas las noches haríamos apasionadamente el amor. Una noche nos beberíamos un poco más de vino del correcto y transformaríamos nuestros cuerpos en animales y tendríamos sexo salvaje. Al otro día lo reprimiríamos en nuestras mentes al mejor estilo católico y con una mañana un poco culpable lo superaríamos y lo habríamos olvidado en una esquina, en un pequeño café, tomándonos las manos y mirándonos a los ojos.
Volveríamos a Bogotá y en tres años el apartamento nos seria entregado y ella amorosamente los decoraría en los días en los que yo me encontraba viajando, los domingos iríamos a misa y a Alpina a comer postres en Sopó. Una vez al años tomaríamos dos semanas de vacaciones para ir al mar y recobrar la energía del romance caminando por la playa cogidos de la mano. En uno de esos viajes haríamos el amor con tal pasión que ella quedaría embarazada. Asustados y emocionados afrontaríamos esta bendición con miedo pero llenos de felicidad. Seguros de que la familia saldría adelante. Los miedos financieros se resolverían y al ver nacer a Valentina la familia estaría completa.
Pero claro esta que no seria así, tres años después en una semana en el Irotama accidentalmente quedaría embarazada de nuevo y llegaría a nuestra familia el pequeño David. La luz de los ojos en Adriana, no mentiras… No seria así porqué el piloto dejo de mirar al sol y volvió a mirar hacia abajo.
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