Era el año do 1995 en Bogotá. Entraba a cine en el Avenida Chile, en aquel entonces llamado Centro Comercial Granahorrar. Presentaban Eurocine en una de sus primeras ediciones y yo, cinéfilo autodidacta creía en la superioridad del cine de autor. Fue así como por un azar del destino y de aquella convicción entre a ver la película: “Smoking/No smoking” del director de cine francés Alain Resneis.
No sabia mucho de cine francés, que en el momento odiaba y mucho menos de Resnais quien por francés había escapado a mi mirada por el prejuicio mencionado. Pero al entrar a la película el tiempo se detuvo. Entre en un estado sin tiempo ni espacio. Si bien eso era lo que amaba del cine, esa capacidad de detener el tiempo real y transportarme a otros mundos, otros tiempos, esta cinta en particular se transformo en una de Moebius y me transformo por completo.
Si bien la cinta no es propiamente cine, más bien teatro, y sus actores y actrices no son sino dos personas, representando 9 personajes, y los acantilados ingleses son el interior de un estudio, la experiencia me transformo y transporto a mi vejez.
Explicar esta transgresión de espacio tiempo no es fácil pero haré un intento. Yo era Alain Resneis en el momento. El director que en ese tiempo tendría 75 años me ponía a vivir su vida y a mirar atrás. ¿Como así? No se como describir este tipo de episodios, pero se que no seria la ultima vez que me sucedería. La película era una obra de teatro. Mejor dos obras de teatro. Sucedían al mismo tiempo. La pantalla no era plana, era un escenario, mejor aun eran las costas de Inglaterra. La bidimencionalidad de cine escapaba constantemente a llevarme a la silla en la que estaba sentado, y las constantes personas saliendo o simplemente marulleando y murmurando hacían de este lugar un teatro. La obra, las obras, duraban 300 minutos, pero en ese preciso momento, me convertí en un viejo. Me había transformado y ya había vivido.
Ese año fue también la primera vez que volví a empezar. No seria la única, seria más bien un estilo de vida; una posición.
Era un piloto que dejaba de volar. Un soñador que dejaba de soñar y empezaría a construir. Era Ícaro en caída libre. Sus alas derretidas caían a la velocidad de escape. Era un niño que se transformaba en joven, en hombre. Era una verdad en la realidad y dejaba de ser un proyecto imaginado. El cielo se desvanecía y la fuerza de la gravedad reclamaba su certeza. Yo caía, por primera vez caía. Pero no por última.
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