Arte

Una Exposición de la colección de Arte FUGA

Un proyecto curatorial de:

– Henry Palacio Clavijo (artista y gestor con maestría Arte y Entorno de la Universidad Autónoma de México)

– Isabel Cristina Díaz (historiadora, crítica de arte y docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano)

– Susana Oliveros Amaya (artista e historiadora del arte, MFA de Rhode Island School of Design)

Central de abarrotes[1]

En la bodega la colección parece una masa de sentido, un volumen indistinguible compuesto por otros volúmenes, una miscelánea de capitales diversos hecha de cuerpos que se acumulan a la espera de ser nombrados, diferenciados y convocados ceremonialmente para presentarse y exhibirse.

La bodega de una colección es un espacio en el que los objetos se atesoran como una forma de detener artificialmente el paso del tiempo y mostrando una aparente indiferencia de todo aquello que la rodea, la mantiene y la conserva. Este archivo se rige por sus propias lógicas, pues las cosas pueden, o no, estar dispuestas para ser vistas, pero casi siempre para ser encontradas. Ordenar, nombrar y catalogar da cuenta entonces no tanto de aquello que se posee, sino de quien y desde donde se hace.

Pertenecer a una colección representa tener un nombre, significa poseer cierto valor, uno que aumenta con cada nuevo objeto que va sumándose al conjunto. Sin embargo, en la colección de arte, el valor pareciera no depender exclusivamente de las cosas allí atesoradas – o acumuladas-, sino de las palabras asignadas a esas cosas. Seleccionar una obra para hacer parte de una colección significa también elegir el nombre de quien la produjo. Una colección es también una lista de nombres que se atesoran.

La colección de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño alude a la historia de sus salones, premios, exposiciones, sujetos y programas que de alguna manera transitan entre lo anecdótico y lo institucional y que dan cuenta, como souvenirs, de la naturaleza misma de esta institución. Una colección en la cual las cosas paradójicamente dejan de circular, al mismo tiempo que tropiezan con protocolos legales que prohíben su exposición. Las dinámicas de la FUGA responden a procesos autorreferenciales, la reafirmación constante de un legado histórico que se experimenta como en riesgo de desaparecer de la memoria cultural colectiva. Constantemente este espacio nos invita a investigarlo, a repensarlo y a re interpretarlo, como si la multiplicidad de significaciones y resignificaciones le concedieran una renovación constante de su pasado.

Estudiar la colección de arte de una institución distrital supone, entre otras cosas, pensar el coleccionismo como un impulso representacional que responde a una concepción sobre las prácticas artísticas asociadas, inevitablemente, a políticas culturales escritas desde los programas administrativos de turno. Coleccionar desde la institución es ante todo una práctica patrimonial, un proceso que recontextualiza las imágenes en la oficialización de discursos. Así, las instituciones construyen su colección desde una supuesta despolitización de la estética, sin embargo, coleccionar objetos también configura un dispositivo colonial que justamente es narrado en esa historia oficial.

Central de abarrotes concibe a la FUGA y a su impulso por construir y consolidar una colección como una práctica institucional en la que está en juego, además del valor histórico de las obras allí reunidas, la necesidad de auto legitimación. Cuando nos invitan a pensar la colección a través de una exposición, ignorábamos la condición legal de la mayoría de los objetos que allí se albergan: las obras no pueden ser expuestas. Si por un momento invertimos esta imposibilidad de mostrar los objetos por la de nombrar los artistas que los produjeron, y estos se nos presentaran fuera de sus embalajes, ¿Qué tipo de colección podríamos presentar? ¿Qué historias contarían este conjunto de piezas sin autores? ¿Qué sería aquello que desaparece ante cualquiera de estas imposibilidades? En esta ocasión, el privilegio representacional de la imagen es el que se niega. “Toda representación se presenta representando algo”[2]. No como idea, ni abstracción simbólica, sino relacionada con la historia de una institución en la que la representación del nombre propio, aún después de 50 años, continúa abierta.

[1] En el espacio que en la actualidad ocupa la biblioteca de la FUGA funcionaba un almacén de abarrotes, el cual surtió con víveres a los habitantes del lugar durante los días que siguieron a los sucesos del 9 de abril de 1948.

[2] En: Louis Marín, Poderes y límites de la Representación. Roger Chartier. Escribir las prácticas. Buenos Aires: Manantial, 2006: “Si esta construcción tiene una pertinencia particular, es porque designa y articula las dos operaciones de la representación cuando hace presente lo que está ausente: «Uno de los modelos más operativos construidos para explorar el funcionamiento de la representación moderna -ya sea lingüística o visual- es el que propone la toma en consideración de la doble dimensión de su dispositivo: la dimensión ‘transitiva’ o transparente del enunciado, toda representación representa algo; la dimensión ‘reflexiva’ u opacidad enunciativa, toda representación se presenta representando algo».

Exposición en las Salas FUGA - Asesor Felipe Sanclemente

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POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRAS De Carmen Elvira Brigard

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