El cine ha sido una de mis pasiones desde que tengo uso de razón. Durante mi infancia, el cine y los libros alimentaron mi imaginación y se convirtieron en el refugio donde pase y sigo pasando muchas de mis horas de ocio. Incluso, sin ser mi escogencia profesional el cine me escogió a mi. Llevo más de 20 años haciendo imágenes. He sido productor, director, realizador, editor y finalmente diseñador de producción. Es mi vida, y a pesar de ser una persona teórica, en el cine y la producción de imágenes he realizado años de practica profesional. El cine es mi trabajo y en el he abordado un amplio espectro de oficios.
El cine es mi trabajo. Pero mi trabajo muchas veces me ha decepcionado. Por mis rasgos de personalidad y mi manera de hacer, la dirección de arte y el diseño de producción es el campo donde termine especializándome. Mezcla un poco de el arquitecto en la escenografía, el diseño de interiores de la ambientación; También es un poco de diseño industrial al realizar los props, como en el vestuario que se adquiere un concepto de moda. El maquillaje, los efectos especiales son también un elemento de estilo e innovación para realizar muchas veces tareas absurdas en tiempos estrechos con presupuestos irrisorios. Pero la decepción no deriva de esto. De hecho crear no tiene que ver con presupuestos y de hecho muchas de las mejores cosas surgen de la inventiva que se genera en la austeridad.
La decepción viene de la mirada que se da a este oficio. He sido testigo de el crecimiento de la industria desde los cortos de focine en mi adolescencia hasta la creación de las leyes de cine que fortalecieron la industria cinematográfica al pinto de pasar de hacer dos películas anuales a mas de 50 en los últimos años. Crecí en la industria de la televisión. Vi como las telenovelas; producto que Martin Barbero ejemplifica como abanderadas de la creación latinoamericana; migraron de Méjico y Venezuela a Colombia. Vi como tras los sindicatos de esta industria en estos países y en los Estados Unidos, profesionalizaron el oficio; las grandes casas productoras posaron su mirada en Colombia. Telemundo, Sony, Fox y hasta Netflix y su modelo de producción encontraron en Colombia el profesionalismo y compromiso de nuestros crews, atraída por las jornadas de trabajo de 15 horas diarias, pagas muy por debajo del costo. Vi y viví las doble facturación de RTI, trabaje en novelas, realities, documentales, unitarios y especiales. Hice desde proyectos públicos, hasta comerciales privados. Trabaje extensas jornadas y puse en riesgo mi salud muchas veces por las condiciones con las que los productores resolvían el tema económico para sacar adelante los rodajes.
Pero esto hace parte de la industria. De su profesionalización y especialización de los oficios del cine. La decepción no viene ligada a estas realidades. Incluso en la dirección de arte, se encuentra uno de los principales problemas de lo que significa ejercer mi oficio. A saber, todos habitamos un hogar, nos vestimos y peinamos en la rutina del día a día; por lo que hasta la encargada de recursos humanos y los contadores tienen una opinión de cómo debo hacer mi trabajo. Todos opinan sobre el gusto y el deber ser de la imagen. Pero nadie reflexiona al respecto y su criterio es auto referenciado. Mi oficio es literalmente ponerse en los zapatos de otro, no como actor sino como personaje y habitar su mundo para construir una cosmogonía. Sabemos muy bien que Colombia no se caracteriza por el conocimiento del otro y el respeto de la diferencia; si no por la imposición de la propia visión sobre los demás.
Aún, en un país marcado por la indiferencia y la falta de empatía, mi decepción no viene de esto. Mi oficio es un oficio profesional. No técnico. Soy arquitecto, especialista en creación multimedia con una maestría en artes. Me he diplomado en producción de documentales y en efectos especiales. He investigado culturas de la manera que lo haría un antropólogo. He profundizado en todos los matices del departamento de arte. Y sin embargo el equipo técnico de los rodajes sigue creyendo que somos los que les corremos el sofá para que ellos puedan poner sus luces, o incluso que somos el mensajero con moto que esta presto a traer rápidamente el domicilio de lo que el director se le ocurre en el set. No. La decepción no viene de esto pues es parte de lo que viene en el paquete.
Y lo que de verdad decepciona es ver como en un país donde los expresidentes escapan airosos con su fuero; evadiendo homicidios, procesos de corrupción e incluso cargos criminales por malversación de recursos públicos, violaciones y testaferratos; donde los funcionarios públicos asumen coimas como comisiones merecidas, y su trabajo lo realizan con una mediocridad que hasta Bartleby quedaría estupefacto. La decepción no se origina de este cáncer que traemos en el ADN desde los elegantes españoles que nos conquistaron. La decepción es ver que todos. Ricos y pobres. Hombres, mujeres y transgénero. Jefes y empleados. Maestros y alumnos. Campesinos y ciudadanos. Todos, absolutamente todos permitimos que pisoteen nuestros derechos. No ejercemos el derecho a la protesta. Todos miramos hacia el otro lado cuando vemos un robo, he incluso dejamos pasar nuestras propias faltas que premiamos como malicia indígena. Nuestras guerras nos han hecho inmunes a la empatía. Nos privilegia nuestra propia realidad sobre la del otro y el egoísmo de usted no sabe quien soy yo, destruye cualquier capacidad de construir en sociedad. Nuestro estado narco paramilitar y sociedad goda se vanagloria en sus virtudes inquisitivas. La doble moral católica permea la posibilidad de reconocernos en el otro y de eso no nos salva ni el futbol. Estamos infectados de egoísmo y eso no va a cambiar. Somos el claro ejemplo de la condición humana y este es nuestro destino social.
¿Pero y eso que tiene que ver con el cine? Pues todo. El cine es un reflejo de nuestra realidad. Incluso las películas que hacemos en los últimos años están influenciadas por dos cosas. Los cinema fonds, que generan películas de festival, en donde la ven 30 mil espectadores en Colombia, y el circulo de publico del primer mundo intelectual, siente que al ver las realidades del conflicto y de las minorías marginadas cumplen con su cuota ética de estar enterados y consientes; o por otro lado las caricaturas pueblerinas que desdibujan al colombiano como ese ñero chistoso, que lucha cruelmente con salir delante de sus problemas de casa, barrio o trabajo. Estas películas de clase D no requieren de mayor producción y sin embargo llenan las salas de cine Colombia y divierten en los especiales festivos del Canal Caracol.
Nos reímos, nos burlamos del otro, o simplemente le expatriamos a la realidad extra muros de nuestras ciudades. El campesino es tan distante que ni el mercado que hacemos con nuestras lustradas papas en el Éxito da cuenta de la tierra y la sangre con la que han sido sembradas. El cine es cómplice, y muchas veces la denuncia es silenciada. El documental de protesta es excluido de la mirada, mientras que el entretenimiento nos tiene anestesiados. He participado en películas que hablan de esto y son excluidas del mainstream por su intencionalidad. Y no solo eso, los productores usan la ley de cine a su antojo, y el apoyo estatal se disuelve en el robo a los trabajadores y se convierten en viáticos de festivales.
A mí me toco ver como Claudía Aguilera y Gustavo Pazmin, trabajaron en proimagenes y convirtieron la ley de cine en una forma de robas el dinero publico. Trabaje en la película ganadora del FDC: “El silencio del rio” de IGOLAI producciones, a la que le entregue con entereza un año de trabajo que no me pagaron. Incluso vi como a los extras del campo, que protagonizaban escenas como extras, Gustavo les robaba la ilusión de contar su historia mientras se quedaba con el jornal prometido. Pero estos productores no solo me robaron mi trabajo y el de muchos otros. No. Gustavo viajo a Berlín, a Cannes y brindo con Whiskey en los mercados de coproducción, con el dinero de mis honorarios. Fue tan profundo en su manía que incluso vendió mi crédito como director de arte. Es decir, incluso fui a juicio, y gane frente a esta empresa. Pero como todo lo que judicialmente se compra en este estado, la empresa no pagó y sigue ganando premios.
Este proceso de me desgasto años. Tuve que por primera vez contratar un abogado. Hicimos un documento para embargar taquilla e incluso le pedí una carta de disculpas publicas por todos los perjuicios ocasionados en consecuencia de sus actos. Pero la impunidad hace parte de nuestro germen social. Y Gustavo Pazmín sigue robando. Llego incluso a usar dineros de otras películas para pagar deudas de otras producciones. En la película de Víctor Gaviria: “La mujer del animal” le pago a la maquilladora una deuda de honorarios y de alimentación que tenia desde que arrancamos la preproducción. Estos son los productores que pisotean el trabajo del otro mientras hacen cine para mostrar en festivales. Incluso la película gano el festival de cine de Cartagena, pero ni las cartas y demandas que todos los involucrados recibieron sirvieron para que el hábil Gustavo siguiese su carrera criminal, brindando por el mundo como productor exitoso de cine.
Fue tal su descaro que en Bogoshorts, cuando “Lux aetherna”, corto que le trabaje gratis para que Carlos Triviño su director, pudiese acceder a co producción con Francia, tenia que presentar una obra de ficción previa, filmamos este corto que ganó en el festival; y cuando gano mejor dirección de arte, yo no me enteré y al recibir el premio en el auditorio subieron por mi, diciendo que me encontraba fuera del país.
A mi me robo un venezolano que vino a hacer una novelas; me robaron productoras de garaje, e incluso me robo mi gran amigo Arleth Castillo, exitoso guionista de Caracol; ganador del india catalina y reconocido por sus bio novelas. Y es que así es nuestra industrial. Arleth, quien conocí cuando escribió “Oye Bonita”, se volvió un gran amigo. Le hice pilotos gratis para construir su productora. Incluso me contacto para hacer una película sobre la vida del cantante de música popular Jhonny Rivera, “El dolor de una partida”; película para la cual le hice el diseño de producción y un teaser. Trabaje tres años y a la hora de pagarme, al arrancar el rodaje desapareció sin dejar rastro, y Jhonny quien cobra 50 millones la hora, silenciosamente se aparto a la hora de pagar mis honorarios.
En fin, el cine es un trabajo en equipo, y así como los alumnos que tuve en Congo Films School, me preguntaron ilusionados sobre mi oficio; me vi tristemente arrojado a contestarles: “ trabajen en técnica porque en arte nunca serán valorados”.
Has hecho una radiografía, un TAC, ecografía, como dirían lo especialistas en imágenes diagnosticas (irónico ya que somos profesionales en imágenes) de todo el medio audiovisual en Colombia, no solo del cine. Habrán quienes digan qeu tienes una visión pesimista del cine, yo considero que tenemos que desnudarnos, ajar esa envoltura hermosa en la que nos regocijamos los que estamos vinculados al cine, porque estamos muy acostumbrados a la alabanza la celebración. Es hora de lavar la gruesa capa de maquillaje con la que nos presentamos en eventos, es hora de levantar el tapete para barrer toda la suciedad que se comete en este medio, es hora de dejar de creer qeu todo vale y que la mediocridad y la falta de planeación o la provisión son sinónimos de genialidad.
Resulta de un “realismo mágico” inesperado, que quienes nos dedicamos al cine estemos yendo en contra vía de todos lo que atacamos, lo que denunciamos, o destapamos en las temáticas de las películas. En este momento recuerdo las palabras de una gran empresaria internacional vinculada al cine quien en medio de una charla privada después de evaluar el cine colombiano me dijo “ustedes están jugando al cinito”