Apuntes sobre un habitar imaginario.
Las sonrisas inundaban el lugar, que a pesar de ser el salón de música de la casa, parecía más bien la antesala del teatro de la opera, minutos antes de un pomposo estreno. Los grandes arcos que separaban el recinto de un hermoso jardín adornado con plantas coloridas y caminos entrecruzados parecían estar allí durante muchos años. A través de la balaustrada se colaba el frío viento de las noches de otoño que, rápidamente absorbía la melodiosa música que inundaba la sala. Un niño en un blanco traje de marinerito miraba sigilosamente por medio de los grandes pianos que se repartían alrededor del espacio. Veía cada vez más sonrisas en la cara de la gente que tan uniforme y armoniosamente bailaban, o risas en las bocas de los que tan gustosamente discutían. Las caras radiantes eran otro adorno en las figuras envueltas en tela que deambulaban de un salón a otro con firmes perspectivas de encontrar un momento más ameno. La despaciosa y simpática música brillaba tanto como el mármol del pasillo alrededor de la gran escalinata que conduce al segundo piso, y más precisamente, a un misterioso cuadro que conduce a las fantasías del observador por el primitivo paraíso terrenal; o que por lo menos causa una ligera sensación de inconformidad cuando en sus mentes se preguntan ¿Dónde está Eva? Lo que les recuerda su destino. Y tras una renovada sonrisa retoman su rumbo a esta vez sí. Conocer una hermosa dama tras tanto vestido. Detrás del generoso atuendo de su madre, el niño encontró un momentáneo refugio, pues no sabía ya a donde mirar para descansar sus pensamientos por al menos un instante. Las paredes era cuadros y las lámparas parecía siempre dispuestas a caer. Alfombras de colores que señalan el camino correcto. Brillo y curvas había por doquier. No había en su horizonte un solo lugar vacío de detalle, ni en el aire un momento de quietud.
No es difícil imaginarse el grado de aburrimiento al que puede llegar un niño de ocho años en una suntuosa fiesta de la aristocracia vienesa de fin de siglo. Ni tampoco entender por qué los pensamientos que recorren su mente, resultan desconocidos par a la mayoría de nosotros. ?¿Por qué debería uno decir la verdad si puede ser beneficioso decir una mentira? No cualquier niño piensa esto. Sólo un niño maldito. Y ahora lo que realmente es difícil es entender el sentido de estos pensamientos. Más cuando esta búsqueda constantemente nos acerca al desmoronamiento de los pilares que sostienen nuestro mundo real. Difícil y doloroso es sacar el humo embebido en nuestros ojos; humo sobre el cual se proyectaban las macizas columnas morales sobre las cuales hemos estado sentados desde que decidimos delegar en objetos la función de recordar acontecimientos. Y es que no es fácil enterarse que el mundo real y el mundo posible son distintos, y no sólo distintos, sino que en general no concuerdan. La realidad y la posibilidad son el mundo y el sujeto y no existe ningún sistema para conmensurar la equivalencia; y en el punto donde estos mundos se tocan en el cuerpo, en la piel, no es posible encontrar una medida que funcione en ambos casos para cada infinito, por separado. El infinito real y el infinito posible. Limitados por la palabra o por la ausencia de ella misma. Limitados por lo infinitamente grande y por lo infinitamente pequeño Estos límites de la razón, representados por la palabra, como límite exterior del cuerpo; de lo inefable, son el sentido de los pensamientos de este niño, que se llamaba Ludwing Wittgenstein.
Ahora, tras despertar y ver como extrañamente, los hechos que suceden a diario; no son ya ineludibles consecuencias de un devenir histórico, sino inefables problemas vaticinados desde hace más de un siglo, por los pensadores que habitaron la Viena Austro-húngara de fin de siglo; podríamos entender por qué, se revuelve en nuestro interior una pugna, que devela el significado de habitar. Y no es más que retomar los temas que inspiraron a esta generación vienesa, para ver cómo se tornan de una actualidad, tan real, como la que podemos imaginar que sucedía en las calles de una Viena, tan ficticia como las imágenes de los noticieros en televisión.
Se derrumba entonces en nuestras conciencias, como una casa de naipes, la tan asegurada felicidad que nos había prometido el progreso y el mundo occidental, por medio de la democracia, el capitalismo y la modernidad. Estamos al borde de un vacío que nos conduce al auto-exilio del mundo. De un mundo caracterizado por la deshumanización, la soledad y el emplazamiento de la técnica como constitutiva del mundo.
Al redescubrir el olvidado mundo que se erguía tras el nombre de un imperio en la vacía corona de Francisco José, reflejado en la imagen del mundo de hoy; se nos abren las puertas que nos llevan a desenterrar la verdad tan sabiamente ocultada por la historia. Verdad que a silenciosos gritos nos querían decir estos ilustres y desesperados vieneses. Musil, Krauss, Loos, Wittgenstein, . . . en fin una lista que se extiende a todo aquel que compartió una charla en una café cerca al Danubio, el Café Central de Magris en ?El Danubio?.
Y entre tantas historias de café, de marrón, esta historia enmarca a su alrededor el hilo común de estos vieneses. La historia, es la historia de una casa, de su planeación y construcción. De la casa que Wittgenstein construyó para su hermana Gretl en la Kundmanngasse No. 19. Esta es también la historia de un libro; narrado magistralmente por otro austriaco, Thomas Bernnhard, en la novela ?Corrección?.
La historia es sobre una idea tan platónica como lo es un cono, una idea que tiene que ser llevada a la practica para comprobar su imposibilidad. Una idea que desafiara la tradición de la construcción y las leyes de la física. La construcción de la casa de su hermana. La necesidad creadora que conlleva transformar esta idea demanda un proceso de continua y perpetua corrección. Corrección porque todo lo dicho, hecho y pensado es una falsificación sujeta a ser corregida. Y la corrección otra falacia acometida al mismo proceso. Tras esta continua corrección está oculto el enfrentamiento del hombre contemporáneo contra el mundo. Está el pensamiento de Wittgenstein, y su visión de un mundo conformado por hechos y no cosas.
Y qué mejor ejemplo para hablar de la manera de habitar de este filósofo, que una casa, diseñada por él para residencia de su propia hermana. Wittgenstein decía de la casa. . .
. . . . La casa que construí para Gretl es el producto de un oído decididamente sensible y de la buena educación, la expresión de una gran comprensión (de la cultura, etc.). Pero la vida primordial, la vida salvaje pugnando por salir a la superficie . . . eso es lo que falta. De modo que se puede decir que no es saludable.
. . . . Seguramente lo primordial que le faltaba, eso que pugna por salir a la superficie lo entendamos al oír lo que él decía en otro momento, ?Dentro de todo gran arte hay un animal salvaje:: domado?. Este animal a salvaje que ha sido domado por el mundo, quien falta en esta casa. El habitante. Un animal domado por el mundo, como su hermana Gretl, o como el Bartleby de Melville, o como el individuo que trabaja en el Chicago Tribune de Loos, o como cualquiera de nosotros.
Es esta casa específica, diseñada con la intención de un guante, para ajustarse perfectamente a nuestras necesidades individuales, la que demuestra la imposibilidad de una casa. Una casa como las de antaño. Esta casa debería estar situada en el centro geométrico exacto del bosque de Kobernausse ( o Kundmanngasse), y debería servir como residencia y felicidad suprema de su hermana. La casa sería un cono. Un cono invertido, que más bien es una tumba. Una casa que nos lleva a pensar en una tumba, o en una casa inhabitable. O más bien es una tumba que sirve de casa al habitante.
Una casa que nos conduce a descubrir el mundo inhabitable, el mundo de los nombres, de la imagen. La casa representa la casa como la pipa de Magritte. Este mundo que Rilke menciona en ?Las elegías del Duino?; un mundo en donde el árbol ya no es árbol. Un mundo al cual Lord Chandós ya no puede referirse. Un mundo que Wittgenstein trataba de mostrar, limitado por su propio lenguaje, pues era éste quien lo constituía.
Un mundo de imagen en donde estos vieneses veían a diario la causa de sus pasiones, contra la que luchaban en su quehacer, en un combate contra la degradación moral y estética. Era una lucha contra el valor de las cosas en la imagen, contra las artes aplicadas?, contra el ornamento en el utensilio de uso diario, en la arquitectura como ciudad, en el lenguaje o en la música. Una lucha que toma vigencia, y que es en sí la crisis de la cultura de occidente; nos envuelve a diario y afecta el desarrollo de nuestras vidas.
Nuestra razón escoge el camino dialéctico, pues así logra crear una estructura lógica en el pensamiento; y así permite enlazar pregunta con respuesta. Quizá después de todo, entiendo que no es necesario encontrar respuestas, sino más bien, hacerse las preguntas. No será hora de preguntarnos por fin, ¿qué quería decir esta generación maldita de Austriacos?
REFLEXIONES SOBRE EL CONO ? CORRECCIÓN ? LA CASA
LA CASA DE WITTGENSTEIN
Se halla en el tercer distrito y, precisamente, como dicen concienzudamente las guías de Kundmanngasse No.19. Es la famosa casa construida en 1926 por Paul Engelmann para Wittgenstein, el cual colaboró en el proyecto arquitectónico. Al llegar parece que la casa, que Wittgenstein hizo construir para su hermana, no existe, porque la calle pasa del número 13 al 21, saltándose los números intermedios; las calles están levantadas, interrumpidas por obras que parecen abandonadas. Con cierto esfuerzo, se descubre que la casa está del otro lado, y que la entrada se hacía por Parkgasse. El edificio, con sus formas cúbicas encajadas entre sí y su color amarillo-ocre sucio, parece un cajón vacío. Ahora es la sede de la embajada búlgara, que la ocupó y restauró en los años setenta, y de su sección cultural. Son las seis de la tarde, la puerta está abierta y hay alguna ventana iluminada pero no se ve a nadie; sobre una galería una mesa con cuatro sillas patas arriba. Dominan en el jardín dos grandes estatuas de bronce de Cirilo y Metodio, los dos santos eslavos que, obviamente no fueron colocados por Wittgenstein.
Jean Pierre Vernant plantea en la interpretación, la relación entre Hestia y Hermes como una relación de vecinos. Vecinos por el mutuo contacto pues Hermes habita en las puertas y Hestia es el hogar mismo. Hestia, Diosa del Hogar, del fuego que conforma el punto fijo en el mundo; y Hermes, es el mensajero, su lugar, la puerta listo a salir. Para Vernant representan en la simbología de la mitología griega, el espacio y el movimiento.
Abriendo más las puertas a la interpretación, e incluso a la ensoñación, podríamos encontrar un camino que permita acercarnos a entender por qué la casa ya no es la casa. Hestia, es la virgen, la encargada del fuego del hogar. Renunció a las bodas para convertirse en el centro del hogar. Hestia es un punto fijo, permanece estática en el centro organizando y orientando el espacio humano. Al estar en el centro se aísla y se encierra dentro de sí, al interior, y así está, de estar estática. Estar de estancia, de morada, o casa.
Hermes, mensajero entre Dioses y mortales, es el movimiento, el paso y la mediación entre extraños. Es la transformación: la transformación es motivada por el fuego, como elementos transformador. Hermes habita en las puertas de las casas y ciudades, o en los cruces de caminos y en las fronteras. Hermes es el merodeador de puertas, y como lo describe Homero ?deslizándose oblicuamente a través de las cerraduras, semejante a la brisa de otoño, como una niebla,? no se detiene ante nada, ni puertas ni murallas. Es ladrón que llega sigiloso, sin ser visto ni invitado, llega por detrás. Su viaje es incorpóreo, lleva puesto el casco de Hades que lo hace invisible y las sandalias aladas que hacen desaparecer distancias.
Los lazos están dados, tan solo queda hilarlos.
Hestia, divinidad del fuego y de los sacrificios del hogar, el tiempo la congela estática, fija. Aislándote dentro de ti, te conviertes en la estancia. Estancia de estar. Estando en el punto que me orienta y organiza, en un mundo todo igual. ?¿quién es en realidad Hermes? ¿Por qué el motivo de sus recurrentes visitas? ¿Acaso mantendrá en secreto relaciones con la virgen Hestia?
La racionalidad geométrica de esas formas arquitectónicas, deseadas por el filósofo que indagó en forma tan implacable las posibilidades y los límites del pensamiento, parece revelar ahora, en unas árida manifestación, una inutilidad que encoge el corazón. Nos preguntamos qué quería Wittgenstein con este edificio, si deseaba construir una casa o la prueba de la imposibilidad de una verdadera casa., de aquello que antaño se denominó hogar. Quién sabe qué límites querían trazar idealmente en su pensamiento esas formas cuadradas, qué inefables espacios e imágenes debían excluir ascéticamente, dejar fuera.
¿Qué será lo que Wittgenstein quería dejar afuera? ¿Por qué una casa ya no es una casa? ¿En qué momento dejó de ser el hogar, el arquetipo, la manera de habitar el mundo? Estas respuestas no tienen sentido si nosotros mismos olvidamos el asunto, y habitamos la imagen del mundo. Porque la casa, antes que naciéramos, e incluso antes que naciera cualquier persona que conozcamos, era la morada de nuestro cuerpo, en un mundo indiferenciable. La casa limitaba la familiaridad y era medida del mundo. Una casa fundada con el sacrificio, con el fuego transformador, que al convertirse en humo, transmitía su mensaje al cielo, a los dioses. El humo como vínculo entre cielo y tierra, como fuego en el hogar. La hoguera. La casa me enseñó el adentro y el afuera. Pero adentro se encerró el sujeto y creyó encontrar la libertad de ser. En sus objetos dejó su identidad, su memoria. La casa no encerraba nada. La casa, la primigenia forma de habitar, se perdió en la historia. Una casa que habita y conforma el mito. El mito que la razón pretende olvidar.
LA CASA DEL MITO
En la base de la gran estatua de Zeus en Olimpia, Fidias dispuso de una reunión de las divinidades griegas. La reunión de dioses estaba segregada en parejas, que a su vez estaban entre Helios, el sol y Selene, la luna. En el centro Afrodita y Eros presiden los matrimonios. Las parejas están relacionadas entre sí, por los vínculos establecidos en la tradición pre-homérica. Zeus-Hera, Poseidón-Anfitrita, Hefaistos-Caris, son marido y mujer. Helios y Selene son hermanos, como Apolo y Artemisa; Afrodita y Eros son madre-hijo. Y Atena es la protectora de Hércules. Una pareja queda a la deriva, sin vínculos conocidos en la tradición. Son Hermes y Hestia. No son ni esposos, ni parientes, y su relación es desconocida por los mitos, que permitan unirlos para conformar el friso.
Hermes habita en las puertas, en las murallas. El casco de Hades te ha hecho invisible incluso a la mirada de los dioses. Y mientras Remo en su tumba se retuerce de la envidia, tu silencio ahora se ha callado. Pues eres tú el privilegiado, en cuyas sandalias está el poder del salto. Hermes, mensajero, ladronzuelo inteligente, nadie ve tu pena que a otros la vida les ha costado. Pues la puerta no te gusta pues no es esa tu salida. Sales y entras sin avisar, sin ser visto ni esperado. En tus sandalias la magia que desaparece las distancias. Distancias que son mundo, tras la muralla y el límite. Distancia, o fuera de la estancia, del estar, del ser. Es Hermes quien logra entrar al Oikos, al encierro de Hestia.
Hermes el invisible, viajando por el neuma como partículas electromagnéticas, tus sandalias aladas desaparecen las distancias a la velocidad de la luz. Has robado del propio seno de Hestia lo que celosamente ella guardaba. Perdió sus pies, ya no está parada sobre el mundo. Hermes es su propia imagen, tu habilidad de no ser, de estar en dos lugar al mismo tiempo, es tu magia. En ella está la ubicuidad, poder que sólo los dioses tenían; en tu imagen encuentra el renacer. Hermes ladronzuelo inteligente, has robado más de lo que pueda yo saber.
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