No alivia la carga de lo pasado el compartir sus rememoraciones; pues con cada zambullida en ello, con cada retirada, algo se deja detrás que pesa más gravemente que la memoria; algo que nunca puede compartirse o comunicarse – una sensación de creciente desasosiego, sorpresa o contraste, de ir andando solo, en aislamiento insospechado, por el propio camino de uno; y peor, una sugestión desconsolada de que el camino – la vida, en fin – es sin continuidad. ¿ Es posible echar una mirada atrás desde el presente, como si uno contemplase el rollo de una cinta cinematográfica desarrollarse suavemente en sentido inverso a partir de su final, decir aquel tiempo y aquella hora lo han traído a uno inevitablemente, con sólo aparente desviación, a esta hora, este lugar? No: según uno se lanza de cabeza, volando con el tiempo, porciones de vida saltan en astillas y se van flotando lejos, un pequeño mundo tras el otro; y al volver la mirada, uno las ve tras uno como estrellas y constelaciones. Viejos ardientes trozos de experiencia relumbran ahora desde sus lugares fijos con un rayo desapasionado; tal vez aquel fragmento que se arrancó con el más cruel retorcijón y el más desgarrador sacudimiento ahora cuelga ahí, cercano ciertamente, pero frío, como fuegos extintos, como esa estrella muerta, la luna. Y entre esas lucesitas se tiende oscuridad sin vías: el caos y la vieja noche cierran sobre los talones de uno, y devoran la senda para siempre.
Y si embargo, aunque uno no puede recobrar nunca, volverse en su carrera y revisitar, he aquí que vienen de vez en cuando – a un ruido, un aroma, una palabra – intimaciones con lo pasado; las hebras de la vida se desflecan trémulas, arrojando antenas tras insinuaciones de afinidad. Recelos vienen, aturdimiento, esperanza, barruntos – una hueste de testigos, afanándose por dar forma [¿carne?] a la forma espiritual de lo que ha sido; hasta que parece que en un momento todo quedara enlazado, congregado en unidad y sentido.
Volví a la academia, quizá esperando encontrar cartografías del futuro próximo, sin saber que en los encuentros que allí me esperaban serían detonantes del pasado. Al momento, la fuente epistemológica de mi vida, la fuente original dadora de vida y de sentido, mi madre; A partido del campo existencial cognitivo, más no del cuerpo que transita la vida humana. La carne que yace aún tibia a mi lado, incómoda e inconveniente, que come y defeca por una homeóstasis primaria, mantiene una mirada inerte casi fija y vacía, de quien alguna vez, abrí para mi el camino de nacer y pensar en el lenguaje. He vuelto a la academia, quizás pensando en devolver los bienes recibidos. Quizá en secreto homenajeando a mi madre y su fuente de inspiración: Guillermo Arcila; quien esbozando enseñanzas en los vericuetos de la mente, definieron el rumbo del conocimiento que ella adoptaría, y por ende, la apertura intelectual en la que mi vida se insertaría.
Ahora, tras llevar la idea a Manizales, al alma mater de Arcila, las ideas que el maestro inculcó en mi madre, que de niño eran cuentos y mitologías, hoy son textos bases de mi formación como individuo. Tanto la “Ética” (especialmente el tercer capítulo) de Spinoza, como “Los esbozos de una moral sin sanción ni obligación”, de Jean Marie Guyau, fueron principios fundacionales del modelo que mi madre infundió en mi educación. En este revisitar. En este recircular del conocimiento, pretendí poner de nuevo en vigencia la necesidad de fundamentar la manera de vivir, es decir, la vida política; en estos dos textos entendiendo el paso del tiempo, más no su vigencia en el pensar. Esta línea, que para mi es relacionada con mi ser, es epistemológicamente hablando el deseo que me impulsó irrumpir de nuevo en la academia. Si bien, el transitar intelectual de mi vida no ha sido académico, más indisciplinar que enfocado, la academia ha sido mi mundo referente para el diálogo o el monólogo según la escucha.
Hoy, en medio de gobiernos corruptos, giros carentes de ideología al servicio del capitalismo, regido por los amos feudales de la banca, los medios y el azúcar; la educación pública está embebida en una gran crisis ante la cual ni la anarquía se atreve a musitar, ahogando sus trazas en cianuro. Volver a la academia, dejando atrás el intento por crear desde lo institucional la idea de convivencia y paz, se vuelve un refugio en la montaña ante el devenir que acontece en nuestras calles. Así como “La insurrección que llega” del comité invisible, las voces de los estudiantes no atraviesan los muros burocráticos de la universidad. La conveniencia de la gestión se queda hablando en el espejo, y el diálogo abierto con la calle se difumina entre una sociedad que le da méritos a los títulos y no títulos a los méritos. Los puntos, comisiones y escalafones que no guían mi camino, me empujan a la pausa y al pensar en el valor de la ética en la acción de vida.
La investigación que abordaba entusiasta, pretende enmarcar la vigencia de la vida correcta. Del accionar político del arte y de sus fundamentos en la creación de espacios y mundos mejores. Si bien, pretendía explorar los límites del arte y la ciencia por medio de la transmisión algorítmica de las emociones a la máquina; el trasfondo era una reflexión teológica sobre la inclusión de la artificialidad cognitiva, en la migración del soporte biológico neuronal del conocimiento a un soporte inorgánico computacional. En este tránsito del signo que aborda nuestra especie, el sustrato ético debe ser fundamento para transmitir las ideas y sus acciones. Comunicar con la tecnología las emociones humanas, sera el ultimo reducto de la humanidad pensante y será el destino del futuro cognitivo del entorno social que nos absorbe. La tecnología asume el pensamiento de manera lógica, a manera normativa entre la verdad y la falsedad sin entender que el fundamento lógico es una acción ética. Preferimos la verdad por que es buena. Buscamos la bondad en el pensar filosófico, al preguntarnos por las verdades ontológicas de la vida, sin siquiera valorar, que este proceder, es un gesto estético. Lo admirable, es como decía el maestro, es mantener abierto el juego mente – mundo que se da en la conciencia. Y la experiencia, fuera de la mente, de la vida, se da en el trazo poético del habitar. Ahora, en la academia, después de años en que la voz del Lobo resonara en el espacio, llega Horta a revalidar el pensamiento germinal de mi transitar intelectual.
Bien, en base a esta trama cognitiva que enmarco en lo anterior, es menester la acción frente a lo aprendido. A saber la trama estética. La dimensión cultural de la acción política, y en mi aproximación, de la práctica artística, se encuentran inmersas en una dicotomía en nuestro contexto latinoamericano, colombiano y bogotano. La obra de arte, está en la dicotomía de ser puesta para el goce y contemplación estética del espectador, o entra al servicio de ser crítica de la realidad. Si la dimensión cultural de lo popular ha hecho su aparición en las paredes de la ciudad, es su potencial expresivo y político de la vida común; quien debe liderar las acciones plásticas y estéticas de las practicas artísticas. La posibilidad del arte para conciliar múltiples puntos de vista, abriendo espacios para la diferencia, está en la potencia de generar contenidos e información, que escape aunque permee los museos, galerías y exhibiciones de el círculo artístico que nos rodea. Los cruces de interés se dan en la regiones de la cultura que se intersecta con la resistencia social, orientando el devenir de las practicas artísticas. Son ellos quien subvierte los modelos de normatización, prescripción de usos y los lineamientos estéticos, morales y económicos que dominan el constructo social. Los espacios para ser en el mundo se cierran para la mayoría, quien aturdida en la supervivencia, distrae el pensamiento con novelas y fútbol; por lo que es menester del arte en nuestro contexto abrir espacios de bienestar para la mayoría y no para las élites que acceden al arte como bien de consumo y de complacencia estética. El arte reclama espacio para los que quieren ser escuchados. El arte reclama ajustes a las políticas sociales y económicas, y es solo en el arte en el que se traza el accionar poético de la acción ética de la vida correcta.
Entendiendo lo complejo del pensamiento no lineal, este, articula en lo multidisciplinar los esfuerzos de comprender el mundo, las técnicas transformadoras y las poéticas del ser humano; es en el arte latinoamericano en donde sobreviven las expresiones tradicionales y populares del tuétano de nuestro pueblo y su dimensión cultural. El arte como apertura del pensamiento puesto en el espacio, es la práctica artística que debe ser brújula de los tiempos que vivimos. Y si bien, en la academia de momento tomo pausa, es en el obrar del pensamiento, de la obra de arte en donde espero dar batalla de mi habitar poético.
Si bien este escrito no pretende enmarcar un episteme de investigación, si contextualiza el seminario en las prácticas propias de mi investigación. El arte debe hablar desde un lugar. El pensamiento debe tomar una posición. En este caso, maestro, explicó el proceder de este texto entendiendo el lugar y momento histórico que atravesamos, y es aquí donde usted da lectura y por ende activación. En este sentido la trama estética, o en mi caso la creación artística, que escapa de cierta forma al episteme del diseño; instaura la obra de arte como acción creativa en general. Es un paso previo a toda posibilidad de racionalismo enunciativo, y es el germen de la acción ética o política.
Ahora para concluir este pequeño texto, refuerzo la idea del habitar poético, que le complemento si es de su parecer con un texto de anotaciones reflexivas sobre el habitar y el gesto gráfico arquitectónico; por si es de su interés leerlo; le acompaño también con un video del maestro Ferran Lobo, quien por los años noventa inculcó este discurso en las conferencias de estética a las que asistí durante un tiempo, a las que hoy me traen de vuelta en su pensamiento en el seminario.
Además quiero agradecer sus palabras con ecos caribeños, que reviven en mí la pasión por pensar y dialogar. Gracias y a lo eterno del discurso temporal y evanescente, que quede escrito este agradecimiento, como piedra que da fe del oído en medio del silencio.