El planteamiento de toda arquitectura se desarrolla en torno al límite que constituye el trazo arquitectónico. Un límite que separa lo privado y lo público o interno y externo. La pantalla influye sobre este límite de tal manera que lo privado se torna público en la medida que los medios entran en la esfera de lo privado de la vivienda. La pantalla es un medio des estructurador de la familia del individuo y del espacio-tiempo arquitectónico. Esta capacidad des articuladora tiene que ser revisada por la arquitectura. Es por eso que un espacio público de vital importancia en nuestra ciudad es la televisión. En una ciudad gobernada por miedos y medios, los procesos comunicativos mediados se vuelven de carácter real. Lo público es opinión publica.
Los miedos determinan los nuevos modos de habitar y de comunicar. Revelan una angustia cultural en torno a la pérdida del arraigo colectivo en las ciudades donde un urbanismo salvaje destruye constantemente el paisaje de lo familiar en que se apoya la memoria colectiva. Muchas veces se culpa a los medios de homogeneizar la cultura cuando en realidad quien lo produce es la ciudad. La televisión reemplaza toda capacidad de comunicarse que se pierde en la calle. Esto genera una trampa que conduce al ciudadano a pensar que al estar enterado de lo que pasa siente que está participando y actuando, cuando en realidad los actores sociales son otros, y bien pocos. Esto impulsa a la gente a buscar nuevas formas de juntarse. La relación con la distancia que imponen los medios, modificó las relaciones en la ciudad. No sólo representadas en domicilios, drive-thru, hipermercados; si no también en la relación de vecindad.
Incluso el carácter de familiaridad que representaba el vecino a sido modificado. Ahora la cercanía no es física sino que es mediatizada. No es un problema de dis-tancia, pues no hay que salir de la estancia para estar con el amigo. El vecino incomoda por su fisicidad. Al amigo lo tengo por medio de un teléfono, un chat, o una pantalla de video. Incluso observamos la paradoja de las grandes torres de vivienda colectiva, en donde a mayor número de habitantes, mayor es el anonimato entre ellos.
La arquitectura interior de la vivienda tiene que tener la capacidad transformadora de desaparecer en torno a los nuevos medios de comunicación, así como de aparecer a la hora de la intimidad que nos ata a la dependencia física de cuerpo. De la misma manera tiene que responder, por medio de su adaptabilidad a la diferencia de la identidad personal que significa el hogar. El edificio, como colectivo, es el encargado de formar la identidad colectiva en medio del debate arquitectónico de este fin de milenio. La pregunta de esta arquitectura se convierte, en resolver cual es el lugar de la pantalla. Y cual es el alcance de los medios en nuestra forma de habitar.
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