Así es que al preguntarnos qué es habitar, descubrimos con sorpresa que habitar es sencillamente el oficio de vivir. Vivir cotidianamente es la esencia de la vida. Habitar se convierte, de cierta manera, en la acción del diario vivir. Esto demanda entonces de nuestra atención, implica un continuo aprendizaje, es estar alerta en una deriva de alternativas. En esta actividad, aunque rara vez lo notamos, es donde usamos la mayor parte de nuestro tiempo y, a su vez, reclama una inversión deliberada de energía. Constantemente habitamos, y es cuando entendemos el acto de habitar, que nos sorprende la naturalidad con la que ejecutamos los diversos y complejos rituales del espacio habitable. Y de igual manera que el lenguaje, la pericia en el uso, se adquiere con el hábito. De esta manera el habitar incluye en su contexto, una amplia baraja de alternativas.
Esta pregunta nos la debemos hacer constantemente, gracias a que la atmósfera de sensaciones varía sin parar; y a través de los adelantos tecnológicos, esta velocidad de cambio se ha incrementado notablemente. Ahora, en este instante, el preguntarnos qué es habitar, implica, si no un desarrollado interés por las implicaciones de los adelantos técnicos en el hogar y en el vivir, un reconocimiento de este hecho, como desestructurador de los significados tradicionales de habitar. Lo que la televisión significa, puesta ante nuestros ojos en su significado etimológico, es el hecho de ver a través de la distancia. Es el hecho de romper con las barreras de distancia, tiempo y espacio. La televisión nos permite la ubicuidad. Este suceso no puede permanecer aislado de la comprensión de la arquitectura contemporánea. La arquitectura tiene su esencia en el objeto arquitectónico, en su especificidad espacio-temporal. En el aquí y el ahora. La tradición teórica de la arquitectura ha tenido a través de la historia, su basamento en este hecho, pues es la arquitectura el hecho construido de un sistema de pensamiento que representa el espíritu de la época (Zeirgeist). Teniendo en cuenta los factores mencionados con anterioridad en este escrito, el cuestionarnos lo que significa habitar no puede estar aislado de la apropiación de la realidad contemporánea que todos hacemos.
La televisión históricamente fue primero un concepto. Un concepto de unas proporciones increíbles. Imaginemos qué hubiésemos pensado si nuestro momento histórico hubiera sido el s. XVIII y nuestra tarea hubiera sido construir una máquina que nos hubiera permitido estar en un lugar, pero que a su vez nos hubiera permitido ver y oír lo que sucediera en otro. Esta idea sólo podría ser comparada con el poder omnisciente de Dios, lo cual implica que el eventual desarrollo de esta máquina conlleva en su génesis un increíble poder y un aumento en el nivel cognoscitivo de la especie humana. Las posibilidades que se generarían con este invento serían infinitas.
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